
En un panorama económico mundial incierto, las empresas buscan asegurar su cadena de suministros. La escasez en las materias primas ha hecho que muchas compañías abran nuevas vías de aprovisionamiento para no depender de los vaivenes económicos. Esta crisis ha favorecido la implantación de proyectos de reciclado y economía circular a diversas escalas. El foco está puesto actualmente en cómo dar una segunda vida a estos materiales una vez generados para estabilizar la producción y reducir la dependencia de los recursos primarios.
En el caso del petróleo y uno de sus derivados más extendidos, el plástico, el interés de las propias empresas por su reciclado es triple. Por un lado, aseguran su materia prima al reincorporarla de nuevo en la producción y, por otro lado, evitan los costes del depositado de los residuos en el vertedero. Por último, cumplen en mayor medida con los requisitos medioambientales.
De ahí que el sector del reciclaje del plástico viva “un momento dulce”, sostiene Sixto Arnaiz, responsable de reciclado y economía circular de Gaiker. Es especialista en transformar los desechos en un valor del que se puede extraer una materia prima secundaria y que evite emplear nuevos recursos: “Cada vez nos gusta menos generar polímeros, hay más conciencia medioambiental, y la forma de evitarlo es desarrollando tecnologías de reciclado”, revela. Siempre, además, teniendo en cuenta que el impacto para su reutilización sea menor que el de su generación.
Este proceso no es tan sencillo, ni siquiera está desarrollada la tecnología en muchos casos. No todos los plásticos son iguales. No es lo mismo un plástico de una botella de agua, que se recicla de forma mecánica, que el de un envase de una pizza, que incluye otros aditivos para darle resistencia o color. En el caso de los plásticos que se usan en el sector de la electrónica, construcción o automoción, la complejidad es mucho mayor.
Con este segundo grupo, las empresas que tienen unidades de negocio en la reutilización tendrían que aplicar un reciclado químico para el que no suelen estar preparadas. Ahí entra en juego Gaiker, como centro tecnológico con estatus de fundación. En concreto, el proyecto Upplast busca transformar estos desechos plásticos en nuevos o en productos químicos de alto valor.
Desde hace casi un año, Upplast lleva investigando cómo tratar las corrientes de plástico complejas para que el proceso de pirólisis rinda productos sin contaminantes, sin halógenos o sin metales. Someten al plástico a temperaturas de entre 350 y 500 grados. A pesar de que el reciclaje químico por pirólisis sea poco selectivo, obtienen nuevas materias como aceites, gases o coque.
Al frente de este proyecto está Izotz Amundarain. “Al principio, el trabajo se centra en conocer a fondo los residuos y tratar de identificar los posibles contaminantes, como metales o madera”, relata este investigador del Reciclado y Economía Circular. A continuación, sus esfuerzos están puestos en seleccionar bien la temperatura y el tiempo necesarios en el horno “para tener un alto rendimiento en los productos que nos interesan”. Sin embargo, el trabajo no finaliza aquí, sino que es sometido a un proceso de mejora y de actualización para seguir perfeccionando estos aceites derivados.
Normalmente, la industria química, entre la que se encuentran las refinerías, suele estar interesada en este tipo de productos para generar un nuevo plástico y que sirva para fabricar nuevos envases, una maceta, una silla o un parachoques.
Ahora mismo Gaiker está desarrollando Upplast con dos empresas vizcaínas. Una compañía de gestión de fin de vida de vehículos ubicada en Amorebieta y una planta de residuos de aparatos eléctricos y electrónicos con sede en Erandio. Ambas son capaces de sacar provecho económico a otros residuos, como los metales. Ahora quieren hacer lo mismo con el plástico.
